Nací
en la ciudad de Payon, hogar de la arquería y las artes marciales. Debido a la
falta de minerales los habitantes fueron obligados a utilizar la madera y su
propio cuerpo como método de defensa. Actualmente está rodeada de grandes
murallas, útiles contra los enemigos que pueblan el bosque, la única entrada se
encuentra al sur de la ciudad, vigilado por guardias de elite que cuidan el
puente creado por el hombre utilizando rocas como base y madera en la parte
superior, dejando por debajo el río que viene del noroeste por las orillas de
Izlude, una ciudad satélite dependiente de Prontera, la capital.
Cuando
tenía seis años mi papá siempre me contaba una historia antes de dormir;
todavía recuerdo su forma de narrar, era como si él mismo lo hubiera vivido, nunca
pude pegar un ojo hasta que terminaba el cuento porque si lo hacía me
arrepentiría ya que jamás me contaba la misma historia. Me habló sobre las
murallas, de mis ancestros y de criaturas tan poderosas que podrían destruir el
mundo si quisieran, claro que en ese entonces no se me ocurrió preguntarle si
lo que me contaba era cierto.
Una
vez me contó sobre mi ancestro, un hombre llamado Rurik el cual sobrevivió ante
el ataque del dragón Nidhogg mientras exploraba el Niflheim, pero que terminó
muriendo por causas desconocidas a los treinta y dos años.
En
el momento que cumplí siete, mis padres me llevaron hasta arriba de la muralla,
nos quedamos toda la tarde viendo el panorama mientras platicábamos sobre cosas
cotidianas.
-¿Cuál
es tu sueño, hijo?- decía mi papá mientras me abrazaba. Después de pensar un
poco, le respondí.
-Quiero recorrer el mundo contigo, y con mamá también.- dije, entonces di un gran bostezo
y caí rendido al sueño.
Al
día siguiente amanecí en mi cama, y una carta descansaba sobre mi almohada. Por
temas personales no hablaré de todo el contenido, solo de lo más relevante. Al
parecer ocurrió un problema con uno de mis tíos y tuvieran que salier de la
ciudad para verlo, no sin antes pedirle a un amigo de la familia que me cuidara,
quien resultó ser el director de la Academia de Arquería de Payon, su nombre era
Yves.
A
pesar de ser bastante viejo, Yves fue muy amable conmigo, me regañaba siempre que lo desobedecía y cuando cumplía con las tareas compraba jugo de uva como premio. Hubieran sido buenos momentos de no ser por mis padres, los cuales no volvieron.
-Regresarán
pronto. -era lo que me decía antes de cambiar de tema repentinamente.
Le
pedí que me hablará de ellos, quería conocerlos más que nunca. Me habló de mi padre, trabajaba en su academia como profesor de
artes avanzadas en arquería, tenía fama de ser el profesor más odiado y amado por sus
estudiantes debido a la gran dedicación a su oficio, tan así que muchos
salieron por sus métodos excesivamente estrictos. Yves me preguntó si quería
especializarme en arquero, contesté con un no pues ya había pensado unirme a
artes marciales, sonriendo, puso su mano sobre mi cabeza y me dijo "Todavía tienes tiempo para pensarlo, ¿De acuerdo?".
Yo
era muy travieso y nunca le prestaba atención a la clase, por culpa de esto era castigado
constantemente. Un día el castigo se alargó tanto que el sol ya estaba por
esconderse. Yves siempre me decía que estar solo en la noche es peligroso, entonces tomé mi mochila y salí corriendo de la escuela para llegar lo antes posible a casa.
La
noche llegó en un instante, veía cada vez menos y por la velocidad a la que iba
no pude distinguir a un hombre que pasaba, entonces mi cabeza chocó contra su
estómago. Ambos terminamos en el suelo. En el momento que mi dolor fue desapareciendo, me levanté y me acerque al
hombre para ayudarlo, la sorpresa fue inevitable cuando me tomó del cuello y me arremetió contra la pared.
-No
creerás que te dejaré ir después de ese golpe, mocoso. -dijo esto levantando el puño y
llevándolo contra mi estómago. Sentí como el aire salía de mi cuerpo.
No podía
respirar, mis pulmones estaban vacíos y una sensación de desesperación me
cubrió por completo. Miré la cara de mi agresor, y vi con mis propios ojos esa
horrible sonrisa, una sonrisa que disfrutaba del sufrimiento ajeno, empecé a llorar
del miedo. No sabía si saldría vivo de esto, instintivamente usé mis manos para
quitar la del agresor, sin éxito. De un instante a otro, me soltó.
-Tranquilo
pequeño, no soy tan malo. -eso fue lo que me dijo mientras recuperaba el
aliento, el hombre me dio la espalda y caminó como si nada hubiera pasado.
Ese
fue el detonante que cambiaría mi vida por completo, estas palabras hicieron
surgir algo nuevo dentro de mí, algo que no había experimentado antes, eran sensaciones
tan fuertes que me impulsaba a hacer cosas que nunca hubiera hecho antes: ira y
frustración. El sentirme tan impotente me hizo reaccionar. Limpié las lágrimas
de mi cara y corrí tan rápido como pude hacia él, listo para golpearlo. El dio
media vuelta extrañado por el ruido que producían mis pisadas y dándose cuenta
de lo que iba a hacer, me dio un puñetazo en la cara. Caí al suelo, el dolor
era tremendo y mi cuerpo no se movía.
-De
verdad eres estúpido.- gritó enojado mientras me levantaba de la camisa, me di
cuenta de que estaba buscando el nombre en ella porque cuando lo encontró
empezó a reírse como loco, – Vaya, pero si eres su hijo.- la forma en que me
miró fue tal que podía ver la muerte a través de sus ojos, y con la oscuridad
de la noche casi parecía como si brillaran de un rojo carmesí.
Mientras
utilizaba su mano izquierda para tomar mi camisa, usó la derecha para sacar
algo del bolsillo. No pude ver con claridad que era hasta que me lo puso en la
cara; una navaja.
-Tu
papi acabó con mi futuro, así que yo
acabaré con el de su hijo, ya sabes, para estar a mano. Pero primero un poco de dolor, como
signo de nuestra amistad. -declaró.
Lo
que pasó después fue tan horrible que aún hoy tengo pesadillas, el maldito hijo de puta me
clavó la navaja en el ojo izquierdo, una y otra vez sin descanso. Yo pataleaba
y pataleaba para poder escapar, pero era imposible, lo único que podía hacer
era gritar desesperadamente. La sangre se combinaba con las lágrimas, la
tortura se volvía eterna, no podía soportarlo, entonces me desmayé.
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Al despertar, el hombre que me descuartizó el ojo ya no estaba, solo un techo de madera que conocía perfectamente, pues poseía marcas de flechas que disparaba cuando me aburría. Estaba en mi cama, alguien me había traído. Me levanté solo para darme cuenta de la presencia de Yves que se encontraba a mi derecha sentado en una
silla de madera, las manos cubrían su cara y las lágrimas caían por estas.
Cuando vio el único ojo saludable abierto, tomó mi mano derecha con fuerza.
-Lo
siento tanto Merphy. -la voz tan frágil me rompió el corazón. No quería que llorara por mi. Nos abrazamos, esperando consuelo.